
Luis Laferriere /
El ser humano es un animal social. Siempre debió vivir en comunidad. Eso fue necesario, entre otras cosas, para poder hacer frente a la lucha por su supervivencia. Satisfacer las distintas necesidades, desde las más básicas, requirió y requiere cada vez más de la cooperación entre individuos, que permite generar y acceder a los bienes y servicios indispensables. Estos bienes no están disponibles directamente de la naturaleza, sino que requieren de un proceso necesario de trabajo, por el cual adaptamos los bienes comunes a nuestras necesidades concretas.
Además del imprescindible proceso de producir y distribuir los bienes que necesitamos para vivir, la vida en comunidad nos permite alcanzar muchos otros objetivos, como el desarrollarnos plenamente como personas, relacionarnos de diversas maneras, realizar actividades culturales y artísticas, sentirnos comunicados y partícipes de grupos de afinidad, practicar deportes, divertirnos, etc.
Vivir en comunidad requiere siempre tener una organización que haga posible esa convivencia, un orden social. Todo orden social abarca una diversidad de órdenes, más o menos diversos y complejos en función de la expansión y la evolución de cada comunidad. Con diferentes maneras de relacionarse para producir, consumir y convivir.
A lo largo de la evolución histórica de más de 200 mil años, el homo sapiens se fue expandiendo no sólo en cantidad sino geográficamente, hasta cubrir la mayor parte del planeta. Y fueron surgiendo cientos (quizás miles) de culturas, adaptadas a diferentes tiempos y ambientes.
Actualmente, podemos observar que una forma determinada de organización social, el orden social capitalista, se ha impuesto en casi todo el mundo, y como un cáncer ha ido arrasando con otras culturas pero también con gran parte de la propia humanidad y con muchas otras especies vivas. Las siguientes reflexiones buscan aportar elementos para tratar de explicarnos por qué causas en un reducido tiempo histórico (unos pocos siglos) se produjo esta abrupta expansión del capitalismo, hasta poner en peligro la supervivencia de la propia especie humana… Y por qué debemos luchar para cambiarlo.
El capitalismo y sus dos grandes aberraciones
La actividad económica es identificada como la que realiza el ser humano en sociedad a los efectos de generar los bienes que requiere para vivir. Para poder llevarla a cabo en el marco de comunidades donde existe la división del trabajo y la especialización de cada uno, es necesario tener pautas de funcionamiento que orienten las acciones para saber qué cosas hacer, cómo hacerlas, y luego cómo se distribuirán, es decir tener una organización económica.
El orden social vigente, el capitalismo, se apoya en una base material (el orden económico) que tiene determinadas características y dinámicas de funcionamiento, que han desatado diversos procesos estructurales que lo llevan no sólo a imponerse sobre el resto, sino a subordinar al resto de las relaciones sociales a su lógica depredadora.
De esa manera, no sólo “la economía” sino “la política”, “la cultura”, “la ciencia y la técnica” y el resto de los “órdenes” de la sociedad actúan en función de dos prioridades indiscutidas e indiscutibles para los impulsores y defensores del orden social capitalista: la búsqueda de la máxima ganancia como principal objetivo de la actividad económica individual, y la búsqueda del máximo crecimiento económico posible como fin esencial del sistema en su conjunto.
¿Qué significa que el principal objetivo microeconómico es alcanzar la máxima rentabilidad de una actividad, y por qué motivo lo aceptamos y lo hemos naturalizado?
La prioridad de maximizar las ganancias en cualquier actividad que lleve adelante un agente económico en el capitalismo quiere decir que no hay nada más importante que eso. Cualquier otra cosa que se presente se subordina a ese objetivo, que se tratará de alcanzar por encima de cualquier obstáculo o frente a cualquier otra consideración. Para decirlo de manera más clara: si para lograr la mayor rentabilidad de una actividad se puede afectar negativamente a otras personas, contaminar el ambiente, afectar la salud y hasta poner en peligro la vida humana, se hará. Todo sea por alcanzar la máxima ganancia.
Pero esa búsqueda de rentabilidad de parte de cualquier persona que decida intervenir en la economía capitalista (es decir que resuelva invertir capitales para producir bienes o servicios) no es congruente con el fin que debería guiar la actividad económica, de procurar el bienestar de todos. No se guía por consideraciones de generosidad, altruismo, colaboración, satisfacción de necesidades básicas. La búsqueda de la máxima ganancia es un hecho que hemos naturalizado todos en este orden social, donde a muy pocos se les ocurriría desarrollar una actividad con otro fin diferente.
¿Por qué razón o por qué vías hemos llegado a engendrar un orden social, donde la base económica se mueve en función de obtener la mayor rentabilidad a costa de cualquier otra cosa? Pues porque existe una regla de juego fundamental, que orienta la conducta de los que actúen como empresarios en este sistema: es la competencia. Quienquiera que desee desarrollar una actividad, puede invertir su capital donde se le ocurra. Sólo está sujeto a una condición: ser competitivo y tener a quién vender su producción.
En nuestro sistema económico no se produce para el autoconsumo. Se produce para vender en el mercado. Por lo tanto siempre deben existir personas con poder adquisitivo dispuestas a adquirir lo que se produzca. Pero con el peligro permanente que puede haber otros agentes económicos que hagan la misma mercancía y disputen por los mismos consumidores (eso es la competencia). Y el empresario que sea más competitivo, ofrezca los mejores productos, se quedará con el favor del mercado.
¿Qué le sucederá al que es menos competitivo? Perdería los clientes, podría llegar a fundirse y a perder además todo lo que invirtió. Y en tal caso, nadie saldría en su ayuda. El mercado lo “castigaría” por ineficiente. De manera que la señal clara del orden económico es ser más competitivo y ganar clientes, o arriesgarse a perder.
Pero ¿cómo ser más competitivo? No existe una fórmula ganadora, pero sí pautas: hay que llegar con un producto mejor, más barato, de mayor calidad, más atractivo, más innovador, etc. Para lograrlo hay que invertir (en tecnología, ampliación de escala de producción, etc). Y para invertir hay que tener recursos. ¿De dónde sacar recursos para la lucha competitiva? La única fuente genuina es la que brinda la propia actividad: la ganancia.
Resumiendo: si quiero ser competitivo, sobrevivir y crecer, tengo que invertir. Para invertir debo ganar. Si no gano, no invierto, no soy competitivo, y puedo perderlo todo (y entonces nadie me va a ayudar). De manera que ganar no es una cuestión de gustos o valores, es una necesidad imperiosa que imponen las reglas de juego de la economía capitalista. Y no deja lugar a otras consideraciones, sociales, ambientales o de vida. Esto va desarrollando una conducta generalizada que se hace costumbre y cultura, y que no queda sólo en el ámbito de la economía, sino que se expande hacia el resto de las relaciones sociales.
Este comportamiento productivista generalizado conduce a un proceso donde los ganadores van a invertir y ampliar permanentemente su escala de producción para ser cada vez más competitivos y ganar más mercados. Se llega entonces a la segunda gran aberración del sistema: el crecimiento económico permanente, Cada vez hay mayor capacidad productiva, se generan más productos, la economía crece, y eso se refleja en el aumento incesante de un indicador “estrella” del sistema: el PBI (Producto Bruto Interno). El mismo trata de medir la cantidad total de nuevos bienes y servicios finales que produce un sistema económico durante un período de tiempo, y su incremento pasa a ser el objetivo central de quienes gobiernan una sociedad. Todas las políticas se orientan a tal fin, ya que es la medida del éxito o fracaso de una gestión.
Pero, ¿qué significa el crecimiento permanente? ¿Qué implica buscar que el PBI aumente año a año, a las mayores tasas posibles? Significa que esa economía funciona de manera tal que cada vez extrae mayor cantidad de recursos de la naturaleza, y a la vez genera y arroja mayor cantidad de desechos y residuos. No interesa cómo ni a qué costo. No se considera todos los bienes comunes que se destruyen, aunque muchos que son esenciales para la vida no se recuperen nunca más, y comiencen a escasear. Tampoco se tiene en cuenta si se genera empleo, si se distribuye de manera equitativa el fruto del crecimiento, o si el conjunto de la población disfruta de mejores condiciones de vida.
Si se fabrican armas para destruir y matar, si se extraen peces hasta el agotamiento, si se desmonta y se arrasa con bosques para dejar territorios desiertos, si se sacan minerales y recursos hidrocarburíferas que no se repondrán jamás, si se agota el suelo fértil con técnicas depredadoras y contaminantes, si se reemplazan mil obreros por máquinas (dejando mil familias desocupadas), todo eso aumenta el PBI e implica mayor crecimiento. Y si ese crecimiento se concentra en cada vez menor cantidad de personas no interesa. Es el resultado lógico de la competencia, como regla de juego fundamental del sistema, y de sus dos grandes objetivos (aberraciones): obtener la máxima ganancia de la actividad y el mayor crecimiento posible.
La evolución de este orden social muestra una dinámica con cambios permanentes, que llevan a una concentración y centralización de los capitales en cada vez menos empresas, y cada vez más grandes. La contracara de ese proceso es una estructura social con crecientes desigualdades, donde a nivel planetario se llega a que sólo el uno por ciento de los habitantes tenga más riquezas acumuladas que el 99 por ciento restante. O que sólo cinco personas (las más ricas del mundo) tengan más riquezas que la mitad más pobre de la población, es decir, más que 3.700 millones de personas. O que más de la mitad de los seres humanos viva en la pobreza estructural, y de ellos más de dos mil millones pasen hambre todos los días.
¿Cómo es posible que una comunidad haya llegado a aceptar estas aberraciones y a naturalizar un sistema económico que va expulsando masivamente seres humanos de los beneficios de su funcionamiento y arrojándolos a la miseria, que condene a morir por esas causas a más de 50 mil personas cada día que pasa? ¿Cómo es posible que la sociedad permanezca indiferente a un sistema económico que va depredando recursos esenciales y destruyendo el ambiente que es esencial para su propia subsistencia, aún poniendo en peligro a toda la humanidad? ¿Cómo es posible que los gobiernos, en lugar de poner límites a ese accionar irracional y de defender los intereses del conjunto, actúen en cambio para promover e impulsar ese funcionamiento demencial?
La sociedad al servicio de la economía
Sucede que este orden social, que tiene como base material el orden económico descripto, ha sido carcomido por la dinámica de su economía, que ha logrado imponer sus objetivos sobre el resto de los órdenes existentes.
El orden político, con una sociedad organizada a partir del Estado, debería bregar por los intereses del conjunto, además de acompañar el orden económico. En tal caso, el mercado actuaría dentro de los límites y controles que debería ponerle el Estado y quienes lo conducen. Pero el propio Estado no es una entelequia o una institución en manos de actores que están por encima y al margen de la sociedad y de la lucha competitiva de los diferentes sectores, clases y fracciones de clase. Es también (como el mercado) un espacio de disputa, que se trata de ganar porque constituye una herramienta eficaz para cambiar la realidad. Y por supuesto, cada sector, clase o fracción de ella buscará controlar, incidir o influir en las decisiones del Estado, para su propio beneficio.
La evolución de la sociedad capitalista y las tendencias estructurales de la dinámica de su economía, desata varios procesos que van cambiando la conformación inicial. Los procesos de concentración y centralización de capitales condujeron ya hacia finales del siglo XIX al predominio de mercados en manos de pocas y grandes corporaciones. El proceso de internacionalización de los capitales llevó a una expansión planetaria del sistema, que ha logrado imponerse en casi todo el planeta. Pero la tendencia al crecimiento es siempre desigual y heterogénea, es decir que no todos se benefician con la dinámica del sistema, sino que hay ganadores y perdedores que van dando forma concreta a las sociedades capitalistas, con una pirámide con cada vez menos personas en la cúpula y cada vez más población en su base. También la tendencia al funcionamiento cíclico implica la sucesión de etapas de expansión, que se interrumpen de manera periódica por crisis que genera el propio sistema, y donde su resolución implica un mayor fortalecimiento del mismo aunque la mayoría de las veces con una minoría que concentra los beneficios de su funcionamiento.
Resultado de esa evolución histórica ha sido la consolidación de una cúpula minoritaria (de capital financiero concentrado y grandes corporaciones transnacionales) que concentra tanto poder que condiciona las decisiones políticas, poniendo a los gobiernos al servicio de sus estrategias y de sus intereses. De ese modo, el orden político actual viene jugando a favor de la profundización de las lógicas económicas, y la orientación de las decisiones gubernamentales al buscar mejores oportunidades de negocios rentables y el mayor crecimiento posible, provoca consecuencias de magnitudes gigantescas, que impactan de manera desfavorable en términos sociales y ambientales.
No es de extrañar entonces que cuando el bienestar de sectores importantes de una comunidad se ven afectados por la forma de funcionamiento del sistema y se requieren medidas que protejan a los más desfavorecidos (en situación de pobreza e indigencia), las políticas públicas se inclinen por favorecer a los sectores económicos más concentrados y poderosos. Tampoco extraña que aunque las corporaciones provoquen daños enormes e irreparables al ambiente, aunque existan sectores que se opongan legítimamente, el Estado saldrá a proteger “el derecho de los inversores” y la necesidad de “progreso”.
Así, la estabilidad política de un gobierno no depende tanto del consenso social como del apoyo del poder económico. Y si para conformar a los poderosos se llega a poner en peligro el consenso social, hay siempre disponible otra medicina de última instancia: la represión institucional, que hará entender “por las buenas o por las malas” que lo que tenemos es lo único posible.
No obstante la existencia de numerosas luchas en defensa de derechos sociales y de la protección del ambiente y la vida, gran parte de la sociedad vive y actúa hoy con una total indiferencia frente a los graves males humanitarios y ambientales existentes. A pesar de que hablamos de miles de millones de personas perjudicadas, de la posibilidad concreta de colapsos que pongan en riesgo la supervivencia humana en el planeta, la reacción de gran parte de la sociedad es casi nula. ¿Cómo puede llegar a suceder?
Hablamos entonces de otro orden: el cultural, que también ha sido puesto al servicio de la acumulación desenfrenada de capitales. Desde el sistema educativo, el relato oficial y la acción de los grandes medios de in-comunicación y des-información, se va difundiendo una mirada legitimadora del orden social, que oculta los horrores del sistema y promueve el consumismo como el fin principal de la vida de las personas.
El bombardeo permanente y sistemático de mensajes que indican todos los beneficios que se pueden lograr dentro del sistema, trabajando honestamente y accediendo a ingresos que permiten adquirir bienes y servicios que mejoran la vida cotidiana, comienza desde la temprana edad y continúa en todas las etapas de la vida. La necesidad imperiosa de vender cada vez más, requiere que la demanda crezca rápido y se multiplique. Si eso no sucede, se dificulta el crecimiento y corre peligro el sistema. Por lo tanto, no importa qué cosas se consuman, sino que el consumo se incremente de manera constante. Se buscará asimilar nivel de vida con cantidad de bienes consumidos, y quien más consume y más tenga, será más feliz en la vida. Y no habrá nada que lleve a vincular ese mayor consumo con la destrucción del ambiente o con los futuros colapsos que vivirá la humanidad en plazos no muy lejanos.
También el orden de la ciencia y la tecnología se pondrá al servicio del orden económico, en lugar de desarrollar conocimientos que puedan aplicarse para resolver los problemas sociales y mejorar la calidad de vida de quienes más lo necesitan. El notable desarrollo alcanzado en este plano ha venido orientándose cada vez más en el sentido de buscar formas de multiplicar la rentabilidad de quienes detentan el poder más concentrado, que son los que tienen mayor capacidad financiera.
Poco a poco, no sólo en el campo de la investigación privada, sino también de manera creciente en el ámbito público, la ciencia y la tecnología se orienta a encontrar la mejor manera de potenciar los beneficios empresarios, aunque acotado a las más grandes corporaciones. Para ese fin habrá siempre presupuesto disponible. Para fines sociales apenas migajas.
El resultado de esta evolución nos trae a la realidad actual y a los graves problemas humanitarios y ambientales comentados, que son la consecuencia natural de la dinámica de este sistema. Nos muestra que la sociedad capitalista opera como un monstruo de muchos tentáculos que obedecen al cerebro de la economía y de sus lógicas demenciales.
Pero que nos debe hacer reflexionar sobre la necesidad imperiosa de trabajar por el cambio social, de transitar de manera urgente por caminos alternativos, que contemplen modificaciones a los diferentes “órdenes” de esta sociedad, que están subordinados y al servicio de la acumulación desenfrenada de riquezas, de la creciente e incesante concentración de la misma en muy pocos, y del crecimiento infinito e imposible en el marco de un planeta que es finito, que lo estamos destruyendo, y que es el único hogar que tenemos los seres humanos.
Por la construcción de otros mundos
Por esa razón es que bregamos por la construcción de otros mundos posibles y necesarios, que demandan cambios a nivel individual, de grupos y de toda la comunidad. Que requieren otras formas de producir, de consumir y de convivir. Que necesitan otros pensamientos y otras gafas para mirar la realidad. Que ya están caminando muchos seres humanos en distintos lugares del planeta y de nuestro propio país. Que lo ha de construir cada pueblo y cada comunidad en función de sus realidades y sus culturas. Y con el mayor protagonismo posible de todos. Porque, en este sentido, lo que hagamos hoy definirá cuál será nuestro futuro. Y seguir como vamos no es una alternativa, sino el camino seguro hacia el abismo.
Y ese cambio, además de necesario es posible. Ya está sucediendo en los diversos órdenes de la sociedad. Aunque atomizado e incipiente, busca desarrollarse entre los intersticios que dejan los tentáculos del pulpo. Son las señales de los nuevos mundos que debemos impulsar. En el consumo solidario y la economía social. En las relaciones de cooperación y ayuda mutua. En los trabajadores que ante la amenaza de cierre de sus empresas deciden tomar ellos mismos la responsabilidad de conducirlas. En la soberanía alimentaria y la agroecología. En la pequeña producción campesina. En las experiencias de las ecoaldeas, de las ciudades en transición. En las nuevas fuentes de energía limpias y sustentables. En el trabajo voluntario a favor de las comunidades relegadas y los barrios periféricos. En la dura tarea de muchos docentes que no se rinden ante el poder de la verticalidad institucional y ensayan otras formas de educación y otros contenidos al servicio de la libertad. En la anónima acción cotidiana de muchos investigadores que desafían los intereses económicos y las presiones de sus autoridades, aunque les cueste muchas veces hasta sus carreras. En los periodistas independientes y los medios populares y alternativos que enfrentan la censura y las persecuciones, y arriesgan sus fuentes de trabajo, para denunciar las injusticias del sistema y apoyar las múltiples resistencias. En los numerosos movimientos sociales, las asambleas ciudadanas, los grupos de militancia por los derechos de la mujer, por la protección del ambiente, por la defensa de los derechos humanos y de la soberanía nacional. En el ejemplo de los pueblos originarios, que siguen con su resistencia ancestral contra el genocidio y el saqueo.
Todos son gérmenes del necesario nuevo orden social que debemos construir entre todos. Un mundo plural y solidario. Una sociedad donde vivamos en armonía, con nosotros mismos, con nuestros semejantes y con la naturaleza de la cual formamos parte. Por nosotros, por los miles de millones de seres humanos que más sufren, por las futuras generaciones con derecho a seguir viviendo en este planeta.
Paraná, julio de 2017.-
(*) Docente universitario – Director del programa de extensión de cátedra “Por una nueva economía, humana y sustentable” (UNER).